Maria Graf
Jorge Muller pasaba más de la mitad del año en su „segunda patria“, un pequeño pueblo en la cercania de Madrid. Ese lugar le ofrece a diferencia de Stuttgart mayor „libertad de movimiento“ e independencia en su trabajo. La aldea está situada en una región árida y montañosa, rodeada por grandes bosques de pinos, los que le han dado su nombre. Un paisaje muy arcaico y escabroso cuyo incentivo satisface al escultor.
Su amor a ese lugar crecia con el tiempo.
La fisonomía de esa comarca está impregnada por gigantescas piedras de granito gris, las que parecern como si un gigante las hubiera dispersado jugueteando sobre la tierra. Frecuentemente se elevan a gran altura bizarras formaciones de granito provocando la fantasía del espectador. Pero no sólo los ojos y la fantasía son estimulados por la naturaleza de esa región, sino también el olfato juega un gran rol. El perfume de las jaras mezclado con el aroma de la resina de los pinos se incorpora armoniosamente a la totalidad del paisaje... >>